6. Oefenteksten

6.3. Langere teksten

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Let echter ook en vooral op ritme, snelheid en intonatie.

Escribir (J.J. MILLás) - (uit EL PAÍS)

El día en el que empezó todo no tenía muchas ganas de escribir, de manera que para hacer tiempo fingí no saber si una palabra se escribía con be o con uve. Aquella duda retórica se convirtió misteriosamente en una enfermedad real, y en cosa de una semana, al problema de las bes se sumó el de las haches, así que tardaba mucho en escribir una página porque tenía que consultar continuamente el diccionario. Creo que desarrollé una curiosa habilidad para evitar palabras que contuvieran esas letras, pero mis escritos de esa época jadean un poco al andar, como si estuvieran enfermos.

Al poco comencé a padecer también de problemas sintácticos. Las frases se me quebraban a la altura de los verbos, como varillas de cristal demasiado finas. Me asusté un poco, porque vivo de fabricar esas varillas, así que intenté construir frases gruesas y cortas del tipo de las de yo soy yo o estoy perdido, pero también éstas se rompían. Una tarde escribí: “esto es una frase”, y a poco dejó de ser una frase y se convirtió en un dolor de cabeza. En seguida olvidé también qué cuerda había que rasgar para que se escuchara un adjetivo, y aunque descubrí que la de los sustantivos sonaba del mismo modo si la golpeabas de una manera especial, el esfuerzo me fatigaba demasiado.

Luego, en fin, se marcharon los verbos, primero los copulativos y a continuación los transitivos. Los intransitivos se resistían a caer, pero masticaba mal con ellos, así que me los arranqué yo mismo, con un cordel. Si puedo contarlo es porque ahora abro cada día un libro de otro y recorto palabras que luego pego en un papel, como si fueran amenazas; en cierto modo lo son, aunque sólo para mí, porque a veces se me acaba el pegamento o la paciencia y no logro decir lo que quiero, pero creo que duermo más que antes. Y respiro mejor.

Contra la tiranía de las vacas (Rafael Ruiz) - (uit EL PAÍS INTERNACIONAL)

"En un vegetariano antes pesaba más una actitud individual y de salud; ahora va ganando importancia un compromiso más global y político ante el derroche y la destrucción del suelo". Jordi Bigas, director de la revista Integral, explica así la evolución de la dieta vegetariana en la última década. Una campaña con el lema 'Más allá del bisté' concita en EEUU rechazos y adhesiones al acusar a los vacunos de contribuir peligrosamente al efecto invernadero, la desertificación y la contaminación de las aguas. Los españoles siguen comiendo cada vez más carne. "El ganado es una amenaza a la supervivencia de la especie humana", dice Jeremy Rifkin, que lidera la cruzada antivacas encaminada a reducir el consumo de carne en EEUU a la mitad en los próximos ocho años. Rifkin no escatima acusaciones. Dice que los flatos y eructos de las vacas están contribuyendo al efecto invernadero y sus boñigas a la contaminación de ríos y lagos en los cinco continentes. Culpa a estos pacíficos animales de ser los responsables del 12 % del metano liberado a la atmósfera -uno de los gases que más influyen en el calentamiento del clima-, y concluye alarmado: "Están transformando la biosfera en un basurero de gases letales".

Rifkin, que ha merecido incluso la atención del diario The New York Times, que le dedicó un editorial comprensivo, también acusa a las vacas de machacar la diversidad biológica, de imponer sus criterios sobre los de otros miles de especies. Calcula que cada hamburguesa hecha con carne procedente de América supone la destrucción de seis metros cuadrados de selva para dedicarlos a pastos.

Con las nuevas corrientes, parece que el vegetariano de los años noventa -peleón y comprometido con el mundo- poco tiene que ver con la imagen tristona, desvaída, ascética, hippy, e incluso mística, de los vegetarianos de los sesenta y setenta; y menos con la mera moda y modernez de muchos que en los ochenta se apuntaron a dietas repletas de zanahorias y cereales como un complemento más, junto con el gimnasio y las cremas hidratantes, al pleno culto al cuerpo y la juventud. Algunos sociólogos, como Claude Fischler, incluso han visto en estas nuevas inclinaciones verdes una "feminización de la sociedad". Recientemente declaraba en la revista francesa Le Point: "La carne es el alimento viril por excelencia. Creo que el movimiento vegetariano es un indicio del modelo femenino de consumo".

Los Juegos Olímpicos no tienen humor (Tahar Ben Jelloun) - (uit EL PAÍS INTERNACIONAL)

(...)

No tengo nada contra las competiciones deportivas, sobre todo cuando son espectaculares, con una buena escenografía, emocionantes y embriagadoras. No soy deportista, pero puedo apreciar la belleza del esfuerzo, la magnificencia de los retos, las lágrimas de la victoria y la caída de los mitos y los héroes. Sin embargo, la gran misa de los Juegos Olímpicos se presenta a nuestra ingenuidad como una revancha sobre la incapacidad que tiene el hombre de vivir sin guerra. El deporte pretende, entonces, no sólo dar sentido a la vida, cosa que no tiene, sino, además, hacer creer que tiene un sentido militante a favor de la felicidad del hombre.

Están los que "aceptan la vida por educación" porque consideran que la rebelión permanente es agotadora. Y están los que van más allá y compensan lo absurdo de la vida con el esfuerzo físico llevado a su extremo. Los Juegos Olímpicos se toman a sí mismos en serio. Carecen totalmente de sentido del humor. Todo está montado para que la competición tenga el aspecto de una tragedia que, curiosamente, debe terminar bien. Es una cuestión de vida o muerte. Muerte simbólica, evidentemente. Vida sobreestimada, excesiva, incompatible con lo real. Pero los que vibran son aquellos que tienen necesidad de un sueño, los que tienen ganas de vivir y se rompen diariamente la cabeza contra un muro de miseria.

Los Juegos Olímpicos se burlan del mundo. No les preocupa la verdad; en todo caso, no la que revienta todas las noches las pantallas de los televisores del mundo.

Hable en esos momentos con uno de los centenares de miles de víctimas de la guerra en la ex Yugoslavia; pregunte al jefe serbio cuando esté afanado en aniquilar a las poblaciones croatas y musulmanas su opinión sobre el simbolismo de los Juegos Olímpicos.

El mundo se encuentra mal. Tiene dolor de cabeza. Tiene fiebre. Los que mueren siguen muriendo. En silencio. Usted tiene una elección embarazosa: Africa está atenazada entre la sequía -el hambre- y la enfermedad -el sida-; América Latina vive bajo la amenaza del terrorismo y el tráfico de drogas; Asia mira al cielo con el temor de que nuevas inundaciones se lleven a los niños hacia un horizonte de barro; Europa se construye penosamente mientras se despiertan los nacionalismos; Oriente Próximo quiere creer en la paz; el Magreb está amenazado por los integrismos...; y por todas partes las fronteras se cierran, se convierten en muros muy altos porque el Norte tiene miedo de perder su prosperidad, tiene miedo de ser invadido por emigrantes de todas las razas...

Y durante ese tiempo, los Juegos Olímpicos hacen alarde levantando la antorcha del humanismo triunfante, mostrando cuerpos enrollados en banderas que marchan siguiendo la cadencia del himno nacional. Están todos, incluso aquellos que acaban de diseñar su bandera: un total de 183 países, 183 símbolos que van desde la muy poderosa América con sus 624 atletas hasta el Estado más pequeño. La desigualdad es respetada. Deslumbra y hay que aplaudir.

Tanto la antorcha como la música están artificialmente alimentadas.

Hay el espectáculo de una superproducción que cuesta algunos miles de millones de dólares y el pequeño sueño de un niño que mira la televisión y llega a creer que su país va a vencer a América. Está la locura de los hombres puesta al servicio de una organización precisa, minuciosa, extraordinaria. Y esa misma locura se pasa, después, a la reserva para una eventual destrucción metódica de la civilización y la cultura.

Porque los Juegos Olímpicos no aman demasiado la cultura. Entre leer y correr, hay que elegir. Entre contemplar un partido y escuchar un concierto, hay que elegir. Pero todo el mundo se pone en hora con los Juegos Olímpicos, porque los Juegos Olímpicos son la nueva dictadura.

Intente ser crítico; pasará por un pobre hombre, incapaz de apreciar el deporte y la belleza del cuerpo humano.

Sólo Barcelona, la bella, la soberbia Barcelona, sacará provecho de esta fiesta. ¿Fiesta? Depende de para quién. En todo caso, Barcelona ya no será esa puta celebrada por Jean Genet, con su barrio chino, sus bares turbios, sus burdeles llenos de cucarachas. No, Barcelona se ha vuelto a casar. Se ha esposado con un rico terrateniente. Se ha arreglado, se ha hecho un 'lifting', ha escondido su miseria, ha repintado sus fachadas y restaurado los 40 kilómetros de sus alcantarillas. Se ha abierto al mar. Va a ser rica y famosa. ¿Seguirá siendo un personaje de novela? ¿Seguirá siendo un enigma, como Nápoles o Tánger? No, Barcelona ha tomado partido por el éxito, la limpieza y el progreso material. Gracias a los Juegos Olímpicos, Barcelona ha muerto. Barcelona está viva.

La humanidad tiene necesidad de símbolos. También va a tener necesidad de consuelo. Porque tras los Juegos Olímpicos, cuando todas las luces se hayan apagado, en algún lugar del mundo un niño avanzará con una luz para hablar de las tinieblas del mundo. No será la antorcha olímpica. Será, simplemente, un pequeño grito para recordar al mundo que jugar está bien, pero que vivir es mejor.

J. CORTÁZAR (1987: 44-45)

Toco tu  boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio.  Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura.  Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella.  Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.

Pulgarcito (eds. ANAYA (1976: 36 et ss.))

Era un niño tan pequeno como el dedo pulgar. Por eso todos le llamaban Pulgarcito.  Tenía otros seis hermanos.  Sus padres, pobres leñadores, vivían en una casita a la entrada del bosque.

El leñador ganaba poco.  Muchos días no tenían pan para dar de comer a sus hijos.  Marido y mujer estaban tristes y apenados.  Temían ver morir de hambre a sus pequeños.  Por eso, llorando, decidieron abandonar a los niños en el bosque al día siguiente.

Pulgarcito oyó la conversación de sus padres.  Se fue al río y llenó los bolsillos de piedrecitas blancas.

Al día siguiente el padre llevó los niños al monte y Pulgarcita iba dejando piedrecitas por el sendero.

Cuando los niños estaban descuidados, el padre los dejó abandonados y volvió a su casa, muerto de pena.

Los niños lloraban sin consuelo, al verse solos.

Pulgarcito, muy tranquilo, dijo: -No lloréis . No tengáis miedo. Yo os llevaré a casa.  Seguidme.

Y, siguiendo las señales de las piedrecitas, llegaron a casa.

Los padres se extrañaron pero se alegraron al verlos regresar.

La miseria en la casa de los leñadores era cada día mayor y los padres no tardaron en hacer otra vez lo mismo.

En esta ocasión, el padre vigiló mucho a Pulgarcito para que no pudiera coger piedrecitas.

Pero el niño se guardó un trozo de pan en el bolsillo y por el camino dejaba caer las migas.

Al verse perdidos, todos los hermanos rodearon a Pulgarcito.  Pero esta vez Pulgarcito no pudo encontrar el camino, porque los pájaros se habían comido las migas de pan que él había sembrado.

Perdidos en el bosque, dieron muchas vueltas.  Terminaron cansados.  Tenían miedo.

Pulgarcito se subió a un árbol.  Miró a lo lejos y vio una luz.  Hacia ella se dirigieron.  Llegaron a la casa.  Salió a recibirles una señora y les dijo:

  • Hijos míos; aquí lo pasaréis muy mal.  Esta es la casa de un ogro que devora a los niños.
  • Estamos muy cansados -dijo Pulgarcito-.  Tenemos hambre.  Déjenos estar sólo esta noche.  Prometemos estar muy calladitos.

La señora se compadeció de los niños.  Les dio de cenar y les escondió debajo de la cama.

Al poco rato llegó el ogro.  Daba gritos pidiendo la cena.  Comió y se sentó a descansar.  Al poco rato dice a su mujer:

  • ¿Quién ha estado aquí?  Siento olor a niño.  Se puso a buscar por toda la casa y encontró a los niños debajo de la cama.  Dormían todos menos Pulgarcito.
  • ¡Bien, bien! -dijo el monstruo-.  Buen banquete para mañana.

Las siete hijas del ogro dormían en la misma habitación.  Pulgarcito se levantó sin hacer ruido, para no despertar a sus hermanos.  Con mucho cuidado, cambió las siete coronas que las niñas tenían sobre sus cabecitas, por los siete gorros de dormir de los niños.

A medianoche, el ogro se despertó con hambre.  Fue al dormitorio de los niños.  Vio los gorros de dormir.  Creyó que eran los niños y una tras otra, medio a oscuras, se tragó a sus propias hijas.

Cuando Pulgarcito vio salir al ogro de la habitación, despertó a sus hermanos y huyeron.

A la mañana siguiente, el ogro comprendió su equivocación y le dio un ataque de rabia.  Se puso las botas de siete leguas y salió en busca de los niños.  Les alcanzó muy pronto porque corría mucho.  Los niños estaban escondidos detrás de unas peñas.  Temblaban de miedo.

Como ya les tenía seguros, se tumbó en el suelo a descansar y se quedó dormido.

Pulgarcito, valiente y decidido, se acercó al ogro y le quitó las botas de siete leguas.  Se las ató a sus pies y en pocos minutos llegó al palacio del rey.

Le pidió soldados para coger prisionero al ogro.

Al frente de una tropa a caballo, llegó Pulgarcito con los soldados al sitio del ogro.  Todavía estaba dormido.  Le ataron con sogas y se lo llevaron.

Todo el país quedó libre de tan terrible enemigo.

El rey dio mucho dinero a Pulgarcito.  Contento y feliz, volvió a su casa y consiguió para sus padres y hermanos las comodidades que necesitaban.

Los siete cabritillos (eds. ANAYA (1976: 64 et ss.))

Aquella tarde la abuelita contó a sus nietos este cuento.

En un monte vivía una cabra con sus siete cabritillos.  Comían los brotes de los árboles.  Jugaban alrededor de su cabaña.

Vivían contentos.

Un día la mamá cabra dijo a sus pequeños:

  • Hoy tengo que ir a visitar a nuestros amigos que viven al otro lado del monte.  Os voy a dejar solos.  Aquí tenéis comida.  Podéis jugar dentro de casa.  No necesitáis salir para nada.  Y sobre todo, no abráis a nadie hasta que yo vuelva.
  • Muy bien, mamá.  Puedes irte tranquila.  Seremos buenos.

Salió la cabra de su cabaña.

Cerró la puerta, dio la llave a sus hijos y se fue.

Un lobo rondaba la cabaña.  Vio salir a la mamá cabra y pensó: - ¡Vaya banquete que me voy a dar hoy! ¡iré a la cabaña y no quedará ni uno!

Esperó a que la mamá cabra estuviera lejos, dio dos vueltas a la casa de los cabritos y llamó:

  • ¡Tan, tan, tan!
  • ¿Quién eres? -preguntó el mayor de los cabritillos.
  • Soy un amigo vuestro.  Abrid. -No, no.  Mamá nos ha dicho que no abramos a nadie.  Tú eres el lobo.  Te conozco por la voz.

El lobo se fue.  Tenía hambre. Esperó un rato.  Volvió a la cabaña y llamó otra vez:

  • ¡Toc, toc, toc!
  • ¿Quién es?
  • Soy vuestra mamá.  Abridme -dijo el lobo con voz cambiada.
  • Enséñanos la pata por debajo de la puerta. -No, no.  Mamá tiene la pata blanca y la tuya es negra.  Vete: tú eres el lobo.

El lobo se fue al molino.  Metió sus patas en la harina y volvió a la cabaña.

  • ¡Tan, tan, tan! -llamó. -¿Quién eres?
  • Soy vuestra mamá.  Abrid.
  • Nos tienes que enseñar la pata.

El lobo metió la pata, manchada de harina, por debajo de la puerta.  Los cabritillas creyeron que era la de su mamá.  Y abrieron la puerta.

El lobo se tragó a los seis cabritillos.  El más pequeño corrió a esconderse en la caja del reloj.

Llegó la cabra.  Miró a todas partes, no vio a nadie pero oyó la voz de su hijo pequeño que gritaba desde su escondite:

  • ¡Mamá, mamá!  El lobo nos ha engañado. Le abrimos la puerta y se ha tragado a mis hermanos.
  • ¡Ay! ¡Pobres hijos míos! -decía la mamá cabra llorando.

La casa estaba sucia y desordenada.  Mamá cabra tomó un cubo y fue a buscar agua para limpiarla.  Y vio al lobo que allí, junto al río, dormía debajo de un árbol.

Volvió corriendo a la cabaña y cogió un cuchillo grande de cocina.

Despacito, despacito, sin meter ruido se acercó al lobo.  Y de una cuchillada, ¡zas! le abríó la barriga.  Los seis cabritillos saltaron todavía vivos y fueron a cobijarse al lado de su madre.

Llenaron de piedras la barriga del lobo.

La cosieron rápidamente y los siete cabritillos con la madre se volvieron a la cabaña.  Como los cabritillos tenían algunas heridas de las dentelladas del lobo, mamá cabra los curó con mucho mimo.

El lobo se despertó.  Sintió mucha sed y se levantó para beber agua en el río.  Como su tripa pesaba mucho, se cayó al agua y se ahogó.

Sólo una madre (eds. ANAYA (1976: 107))

Hay estrellas

a millares

que los cielos

atesoran,

y en los campos

hay millares

de violetas

y de rosas.



En las playas

hay millares

de piedrecitas

muy hermosas,

y en el prado

muchos miles

de pintadas

mariposas.



Hay en torno

de nosotros

muchas ¡oh! sí,

muchas cosas,

dulces, buenas,

bellas, grandes;

pero madre

hay una sola.


El flautista de Hamelin (eds. ANAYA (1976: 108 et ss.))

Hamelin era una ciudad famosa que se hizo célebre por las ratas y ratones.  Sin saber cómo, la ciudad se vio invadida por esos animalitos.  Las ratas y ratones corrían por todas partes.  No se podía con ellos y la gente estaba muy preocupada.

La ciudad y su alcalde ofrecieron mucho dinero a quien librara a sus habitantes de aquellos asquerosos animales.  Nadie sabía cómo terminar con ellos.  Cada día había más.

Un día llegó a Hamelin un desconocido.  Era joven, alto y rubio.  Llevaba un sombrero puntiagudo adornado con una pluma de ave. Y bajo el brazo llevaba una flauta.

Visitó al alcalde y le dijo:

  • Yo puedo librar a la ciudad, para siempre, de las ratas.

Soy pobre, necesito dinero.  Sólo os pido que me llenéis esta bolsa de monedas de oro.

  • Concedido -dijo et alcalde.

El desconocido salió a la calle tocando su flauta. Era una música especial, agradable y bonita.

Las ratas, al oír aquella música, empezaron a salir de los almacenes, sótanos y agujeros.

El flautista recorrió plazas y calles.

Un montón de ratas y ratones le seguía.  La gente le miraba con sorpresa.  Sin dejar de tocar la flauta salió de la ciudad y se dirigió hacia el río.  El joven se metió en el agua y todas las ratas le siguieron.  No dejó de tocar mientras las ratas se ahogaban.

Todas murieron y la ciudad quedó limpia de esos animales tan repugnantes.

Cuando ya no quedó ni un bicho vivo, el joven dejó de tocar y se fue a ver al alcalde.

El alcalde era muy avaro, vio que ya no había ratas ni ratones en la ciudad y no quiso darle el dinero.

El flautista se enfadó, pero no dijo nada.  Salió de la casa del alcalde y volvió a tocar la flauta por calles y plazas.  Ahora eran los niños y niñas los que irresistiblemente seguían al flautista.

Las mamás se asustaron.  El terror se apoderó de todos al ver que el flautista se alejaba de la ciudad seguido por todos los niños.

Andando, andando, llegaron a una cueva en el monte.  El flautista entró en la cueva con todos los niños.  Uno de ellos era cojito.  Se quedó retrasado y llegó el último.

Mientras los niños entraban, pudo ver el interior de la cueva.  Había muchísimos juegos.  También se veían jardines, flores preciosas y pájaros de colores.  Cada niño podía coger el juguete que le gustaba.  Los dulces estaban al alcance de todos.

Pero cuando se acercó para entrar, la puerta se cerró.

El niño cojito volvió a la ciudad y contó todo lo que había visto.

La ciudad estaba triste.  No había niños.

Los padres vivían desconsolados.  Se reunieron en la plaza y amenazaron al alcalde porque él era el culpable de aquella desgracia, más terrible que la de las ratas y ratones.

Montaron al cojito en un caballo y guiados por el niño, los habitantes de Hamelin llegaron a la entrada de la cueva.

Al acercarse oyeron las risas y los gritos de los niños.  También se oía la flauta mágica. Dentro de la cueva, los niños jugaban y se divertían.

Grande fue la sorpresa de toda la gente al ver que, a su llegada, la cueva se abría.

Salió a recibirles el joven flautista tocando la flauta.  Detrás venían todos los niños cargados de dulces y juguetes.

Abrazaron a sus padres y les contaron lo bien que lo habían pasado y cómo se habían divertido.

Los vecinos de Hamelin ofrecían al flautista muchas riquezas y regalos.  Pero el joven no quiso tomar más que la bolsa que el alcalde le había prometido.

Juntos todos volvieron muy contentos a la ciudad.

Los niños se pusieron muy tristes al ver marchar al flautista de Hamelin con su pluma en el sombrero y la flauta debajo del brazo.


Ustedes y nosotros
(M. BENEDETTI, Inventario (1973), geciteerd in VAN ELSEN & TER HORST (1991: 104-105))

Ustedes cuando aman

exigen bienestar

una cama de cedro

y un colchón especial


nosotros cuando amamos

es fácil de arreglar

con sábanas qué bueno

sin sábanas da igual


ustedes cuando aman

calculan interés

y cuando se desaman

calculan otra vez


nosotros cuando amamos

es como renacer

y si nos desamamos

no lo pasamos bien


ustedes cuando aman

son de otra magnitud

hay fotos chismes prensa

y el amor es un boom


nosotros cuando amamos

es un amor común

tan simple y tan sabroso

como tener salud


ustedes cuando aman

consultan el reloj

porque el tiempo que pierden

vale medio millón


nosotros cuando amamos

sin prisa y con fervor

gozamos y nos sale

barata la función


ustedes cuando aman

al analista van

él es quien dictamina

si lo haces bien o mal


nosotros cuando amamos

sin tanta cortedad

el subconciente piola

se pone a disfrutar


ustedes cuando aman

exigen bienestar

una cama de cedro

y un colchón especial


nosotros cuando amamos

es fácil de arreglar

con sábanas qué bueno

sin sábanas da igual.


La bella durmiente (eds. ANAYA (1976: 118 et ss.))

¡Qué contentos estaban los reyes! ¡Les había nacido una hija! ¡Ya tenían una heredera para su trono!

Todos en el palacio estaban locos de alegría: el rey, la reina, los cortesanos, los servidores, todos.

Se celebró un banquete.  Los reyes invitaron a mucha gente.  También las hadas del país acudieron a la fiesta con regalos para la princesita.  En aquel reino había trece hadas, pero el rey se olvidó de invitar a una.

Al terminar el banquete se presentó el hada número trece: la que no había sido invitada.

Estaba muy enfadada y sin saludar ni mirar a nadie, dijo:

-Estáis muy contentos, pero habéis de saber que, cuando la princesa cumpla quince años, se pinchará con un huso y caerá muerta.

Todos se miraron tristes y horrorizados.  Y pedían al hada por la princesa.

El hada se dirigió al rey y le dijo:

  • Vuestra hija no morirá. Pero se quedará dormida durante cien años. Y sin decir más se fue del palacio.

El rey quedó desolado y mandó quemar todos los husos de su reino.

Y así llegó el día en que la princesa cumplió los quince años.

Cierto día en que el rey y la reina habían salido del palacio, la niña, sola, lo recorrió todo y llegó hasta un torreón.  Para entrar en él había una puerta.  En la cerradura de la puerta había una llave toda roñosa.  La niña dio media vuelta a la llave y la puerta se abrió, chirriando, despacio, despacio.

Apareció una habitación pequeña.  En ella estaba una viejecita trabajando.  Tenía un huso en la mano.  Hilaba un montón de lana.  La viejecita era muy sorda y no había oído la orden del rey.

  • Abuelita, buenos días -dijo la niña-. ¿Qué haces aquí solita?
  • ¿Cómo? ¿Qué dices? ¡No oigo!
  • ¡Que qué es lo que haces! -exclamó más fuerte la princesita.

Y la anciana explicó a la niña todo lo que hacía.

Tanto le gustó todo aquello que la princesita tomó el huso y quiso hacer lo que la viejecita hacía.  Pero en cuanto tomó el huso en las manos se pinchó en un dedo.  Y al instante quedó dormida.

También quedaron dormidos el rey, la reina y los cortesanos.  La cocinera quedó dormida en la cocina mientras tenía la sartén en las manos.  Los caballos se durmieron en la cuadra.  Los perros en la perrera y las palomas en el tejado.  Hasta el viento se paró y se quedó dormido.

Con el tiempo, los árboles crecieron mucho alrededor del palacio, de tal modo que quedó oculto a toda la gente.

En aquel país no se oía hablar más que de la Bella Durmiente del Bosque.

Pasó mucho tiempo.

Un príncipe extranjero llegó a aquel país para conocer a la famosa Bella Durmiente.  Le costó entrar en el palacio.  Los árboles habían crecido mucho al cabo de cien años.  Con gran esfuerzo, los arbustos y los árboles le dejaron el paso libre. ¡Estaba ante las puertas del palacio! ¡No se oía nada! ¡No se veía a nadie.

Entró en el palacio.  Todos dormían.  Recorrió grandes salas y largos corredores.  Abrió todas las habitaciones y subió al torreón.

Allí estaba la princesa profundamente dormida.  Era tan bella que no cesaba de admirarla.  Sin darse cuenta, se inclinó hacia ella y la dio un beso.

Al tocarla, el silencio, dueño absoluto de aquel lugar, se fue por la chimenea.  La Bella Durmiente abrió los ojos y sonrió.  Entró la vida por todas las ventanas, con sus colores y su alegría.

Se levantó.  Bajaron juntos la escalera.  El rey, la reina y los cortesanos se despertaron.

Todos se miraban con asombro. El mismo día el príncipe y la Durmiente del Bosque se casaron y fueron felices toda la vida.


Los reyes magos (eds. ANAYA (1977: 119))

Pampanitos verdes,

hojas de limón,

la Virgen María,

Madre del Señor.


Ya vienen los Reyes

por el arenal,

ya le traen al Niño


una torre real.

Pampanitos verdes,

hojas de limón,

la Virgen María,


Madre del Señor.

Oro trae Melchor,

incienso Gaspar,

y olorosa mirra


trae Baltasar.

Pampanitos verdes,

hojas de limón,

la Virgen María,

Madre del Señor.


Las mañanitas de mayo (eds. ANAYA (1977: 119))

Las mañanitas de mayo,

cuando empieza a clarear,

los pajarillos alegran

con su dulce gorjear. 

Y el rocío de la noche

hace los campos brillar.


Qué alegre está la mañana,

qué gusto de respirar

la fresca brisa que llega

perfumada del pinar,

mientras se escucha a lo lejos,

un campesino cantar.


En esta mañana clara

qué hermoso es pasear

por la pradera florida,

viendo el rebaño pastar

y el arroyo fresco oyendo

entre el verde murmurar.


Cuéntame un cuento (Celtas Cortos, 1991. Cuéntame un cuento. Madrid: Trak.)

Cuéntame un cuento

y verás qué contento

me voy a la cama

y tengo lindos sueños.


Pues resulta que era un rey

que tenía tres hijas

las metió en tres botijas

y las tapó con pez.


Y las pobres princesitas

lloraban desconsoladas

y su padre les gritaba

que por favor se callaran.


Las princesitas se escaparon

por un hueco que existía

que las llevó hasta la vía

del tren que va para Italia.


Y en Italia se perdieron

y llegaron a Jamaica

se pusieron hasta el culo

de bailar reggae en la playa.


Bailando en la playa estaban

cuando apareció su padre

con la vara de avellano

en la mano amenazando

fue tras ella como pudo y

tropezó con la botella

que tenía genio dentro

que tenía genio fuera.


Les concedió tres deseos

y ahora felices estamos

y colorín colorado

este cuento se ha acabado.


Fuego en la piel (Manolo Tena, 1993. Sangre española. Madrid: Sony.)

Risas en oscuro

Caricias en los sombras

en un juego sin final.


Siento el deseo

la fiebre poco a poco

Entre la niebla del bar

y siento la llamada

alguien muy cerca de mí con

piel de madrugada

(atrapado estoy, no quiero escapar)


Vuela mi cabeza, la música te acerca

yo sé muy bien lo que hacer

whiskey camarero, sin agua y poco hielo...,

mientras te busco otra vez y

ahora, suavemente tu boca invita a soñar

Es piel de madrugada

(Sé lo que piensas, aunque finja que no)

Fuego en la piel, pensamiento infernal

tus labios me abrasan sin tocarlos

sabes muy bien lo que deseo de ti

juntos los dos encadenados

fuego en la piel

gano en silencio apuestas a la noche

ahora me toca reír finjo que no miro y sé que estás mirando


no me quiero resistir y llega suavemente

tu risa invita a soñar ¡tú!

Piel de madrugada

(sé lo que quieres aunque finjas que no)

fuego en la piel, pensamiento infernal

tus labios me abrasan sin tocarlos

sabes muy bien lo que deseo de ti

juntos los dos encadenados

fuego en la piel, fuego en la piel

y llega suavemente tu voz que invita a soñar

es piel de madrugada

sé lo que buscas aunque finjas que no. 

Fuego en la piel pensamiento infernal

tus besos me abrasan sin tocarme

sabes muy bien lo que deseo de ti,

juntos los dos encadenados.

Fuego en la piel pensamiento infernal

mis labios te abrasan sin tocarte

yo sé muy bien lo que deseas de mí

juntos los dos encadenados.

Fuego en la piel pensamiento infernal

caricias que quemas sin tocarse

sabes muy bien lo que yo espero de ti

juntos tú y yo... y encadenados

Fuego en la piel, pensamiento infernal

miradas que queman sin mirarse

yo sé muy bien lo que tú esperas de mí

juntos tú y yo... encadenados.